Dinamiza o muere…
Dinamiza esto, haz lo otro, prepara lo de más allá y sobretodo, ¡sobretodo!, no dejes que el niño o la niña pare.
Tiene todo el sentido del mundo. Toca mantener el tren en marcha, viniendo de una locomotora de 4 o 5 horas de clase, pasando por el salón comedor con actividades dirigidas por el servicio, volviendo de nuevo al aula por las tardes y acabando con varias extraescolares que vienen después y algunos deberes o preparación de pruebas de evaluación que puedan haber los días siguientes.
Es por eso que es impensable que, en nuestros recreos, perdamos el control, cedamos otro espacio más que puede ser aprovechado para darle una vuelta más al adoctrinamiento -¿Porqué ceder y limitarnos solo al aula y los pasillos?- Toca atrapa y modelar el ocio y los ratos sociales que se demarcan del enfoque más formal, edificarlo y plantearlo a nuestra manera y para satisfacer nuestras expectativas y las del sistema.
Evitemos de todas las maneras que se aburran, o que creen con su propia imaginación, en su interacción de cuerpos y de ideas, de palabras y de pensamientos, de arena y barro y de navíos imaginarios que embisten las alambradas de la escuela.
En vez de eso; dinamicemos, planifiquemos, no dejemos de dar más y más propuestas que se encuentran únicamente centradas en la perspectiva del adulto y preparemos talleres, ¡Muchos talleres! – Pues el niño y la niña debe entretenerse en cada momento, o absorber información, o aprender una nueva habilidad; construir su capacidad comunicativa, su gestión emocional o el desarrollo físico que tantos beneficios aporta a lo cognitivo.
Matemos las interacciones espontáneas que surgen, se transforman y se acaban , para dar paso a nuevas y distintas. Matemos también la oportunidad de observar y abordar los conflictos que se generan de estas interacciones más «libres» y que están estrechamente relacionados con las relaciones que acontecen en el día a día y que siempre se dan desde una situación de mayor horizontalidad.
Un día nos arrebataron nuestra capacidad para crear, también como niños y niñas, consecuencia directa de la incapacitación constante a las que también se han visto sometidas la sociedad y las comunidades. Se apoderaron y se siguen apoderando, en una lucha que parece no acabar jamás, de nuestro poder y capacidad para organizarnos y tomar decisiones en los ámbitos organizativos de nuestra sociedad, incluso la que se puede generar en un recreo.
Ahora parece que se quieren apoderar de nuestro tiempo libre y de ocio. No solo arrebatándonos la capacidad para organizar y crear desde la propia creatividad de las personas implicadas, sino llevando esas pocas horas que los peques tienen al día para ell@s y l@s suy@s, a otro nivel y propuesta de productividad encubierta. Porque todo taller no se hace por el simple goce, sino que normalmente lleva de forma implícita el trabajo o el desarrollo de ciertas habilidades o competencias, comunicativas, emocionales, físicas, etc…
Dejar tiempo para que l@s alumn@s lleguen a preguntarse cosas por si mismos, o crear conversaciones incomodas en las que poder escucharles y hablar de tu a tu con los infantes, son situaciones que se van poco a poco apartando y degradando con el acoso incesante del currículum y la burocracia.
Cada vez hay menos momentos para observar con detenimiento el lento deslizar de un caracol o quedarse tostadito en el líviano sol de una mañana tenue de primavera, a no ser que estas iniciativas vayan encaminadas a la potenciación de otra cualidad, habilidad o competencia que integrar, aprovechar i finalmente explotar. Porque para el simple goce, ¿¡Para que!?
Queremos hacer una educación centrada en el infante, pero nos encontramos que establecemos esta relación desde la mecanización de los procesos y el de lo que se espera de la escuela para el sistema.
Normal que luego ocurra lo que ocurre; que crecemos y nos asimilamos a la estructura de la forma esperada y el día que nos pasamos una tarde sin hacer nada «productivo» empiezan todos los males y las ansiedades. Que todo lo que hacemos debe reportarnos algún tipo de beneficio en un plazo establecido, y que si no tenemos nada que hacer ya correremos nosotros para encontrarlo. Normalmente de forma individualizada o en pequeño grupo y buscando a alguien o a algo que nos ofrezca un contenido que nos aporte curricularmente, o un entretenimiento que adormezca temporalmente nuestro malestar.
La alternativa que yo pondría sobre la mesa y de la cual pulsaría el botón de encendido; es la escuela libertaria. Pero si no eres tan de extremos como para cambiar la educación o la sociedad o, que narices, las dos de un plumazo, al menos tocará lanzarse a la rebeldía y defender, para luego ceder, algunos espacios libres a los más peques.
No solo en favor de su bienestar personal y el de nuestras comunidades, sino para el orden revolucionario de las ideas y para ensalzarlo como un bastión más de la resistencia que debe ejercer la humanidad de la persona.
Para eso será necesario hacer frente a todas aquellas organizaciones -entre ellas la propia escuela, pero también empresas dedicadas al ocio y la educación-, que normalmente se encuentran desligadas de nuestras realidades y que en su gran mayoría están motivadas, una vez más, por el poder del capital, la expansión de sus métodos, ideas y fines y la creación de un perfil de alumnado que se adapte a las exigencias del sistema.
Entre sus muchas maneras de actuar, hay una que me preocupa especialmente, su cruzada para tratar de hacer cada vez más relativa, más difícil de delimitar, la frontera entre el ocio y el trabajo, llegando a un momento en el que ni l@s mayores sabemos que haces, porqué y con que finalidad.
Es de locos el hecho de que cada vez nos encontramos más trabajos y aulas en la que se trata de fomentar un estilo y una experiencia del trabajo más lúdica, mientras tratamos, por otro lado, estructurar, categorizar y rentabilizar los espacios más lúdicos…¿en serio?
Cabe, si más no, hacer una reflexión firme y profunda sobre el tema y para mi, plantarse en medio de una corriente que no dejará de correr y que cada vez se hará mayor, para poder observar las aguas pasar e intuir dónde pueden ir los cauces. Si no nos gusta el destino, es mejor que nos bajemos ya, y si hay peligro de que la riada se lleve a algunos inocentes por delante, no queda otra que aunar esfuerzos y hacer lo posible para diseñar y construir, lo antes posible, el dique apropiado.
Seamos resistencia, una vez más.