La EDUCACIÓN. Otro bufón más al servicio del CAPITALISMO

El CAPITALISMO

Como expone Fromm en «El miedo a la libertad»: los procesos históricos y sus causas y consecuencias se deben valorar de la forma más objetiva posible. Si estudiamos el capitalismo desde la dialéctica, donde los aspectos positivos no tienen porque negar los negativos, encontramos que el capitalismo ofreció, sobretodo en sus inicios, ciertas ventajas; como mayor independencia y pensamiento crítico y desventajas como el incremento de la soledad, el aislamiento y el temor.

Aún haber sido un medio de expansión y crecimiento individual y social en plena edad moderna. El capitalismo, y sobretodo el capitalismo monopolista de los últimos siglos, ha sido sinónimo de explotación extrema, injusticia social, diferenciación de clases, guerras, exterminio de culturas y pueblos y destrucción de recursos naturales.

Con el fuerte impacto que ha tenido históricamente el capitalismo en la vida de las personas, las comunidades, los países y el planeta, cabía esperar que, en respuesta a esta depravación, surgieran fuertes detractores del sistema y movimientos de lucha y resistencia liderados por las poblaciones y los individuos más afectados: una gran parte de la población mundial.

En los siglos XIX y XX existieron grandes movimientos de resistencia y revolución que sí buscaron substituir los regímenes de poder de su tiempo (monárquicos e imperialistas) por otros distintos. Actos que albergaban la esperanza de mejorar la situación a la que se veía sometida la gran mayoría.

La Guerra por la Independencia de los Estados Unidos de America, la Revolución Francesa, la Comuna de París y la Revolución Rusa; son algunos de los movimientos más importantes que se me vienen a la cabeza (seguro que me dejo muchos) y que llevaron consigo, después de etapas de mucha inestabilidad, la actual democracia y el parlamentarismo a los países occidentales. Expandiéndose con el tiempo a una gran mayoría de países del mundo.

Una vez entrados en el siglo XX, las grandes guerras mundiales y los condicionantes sociopolíticos y económicos que se establecieron después: como la socialdemocracia, la llegada del capitalismo neoliberal y el estado del bienestar, desarticularon el ímpetu de l clase obrera por analizar las estructuras bajo las que sobrevivía y poder así demandar y luchar los cambios necesarios a través del movimiento popular.

Aún haberse organizado movimientos esporádicos en contra del militarismo, ecologistas o por la lucha de los derechos de las mujeres, otros grupos minoritarios y la clase obrera, la gran mayoría de la población vive bajo un velo cegador y de falsa protección, creado por un sistema capitalista que rige sus vidas. Aspecto del cual mucha gente no es ni consciente.

El capitalismo ha apuntalado bien sus cimientos. A través de la globalización se ha esparcido por todo el mundo como el veneno que ya no puede erradicarse, corriendo por las venas de un cuerpo enfermo que acabará muriendo mientras se nutren de él. Al mismo tiempo, las defensas capitalistas se han alzado imperiosas, reposando sus cabezas tranquilas tras las espaldas fornidas de los ESTADOS. Instituciones perfectamente diseñadas y capacitadas para ejercer la represión sobre aquellos y aquellas que disientan con lo establecido.

Debe destacarse que sin la ayuda de la población, esto nunca hubiera sido posible y por eso el capitalismo debería dar las gracias

El ESTADO

Autores anarquistas y libertarios y otros grandes pensadores revolucionarios: siempre han visto en la figura del estado una herramienta institucional al servicio de los poderosos para controlar y dirigir al pueblo, corromper la naturaleza humana y establecer las condiciones necesarias para que el sistema capitalista se mantenga. Con el paso del tiempo ha pasado de ser el órgano representativo de la gente, para convertirse en el primer bastión de defensa del sistema capitalista, al servicio de las grandes corporativas y bancos, además de otros muchos poderes económicos.

La socialdemocracia ha hecho bien su trabajo. Ha ofrecido un potente analgésico al populacho. Acompañando el trago amargo con una votación democrática representativa, e instituyendo gobiernos parlamentarios que consiguen que una minoría de dirigentes actúen «en nombre» de una mayoría de la población, teniendo en sus manos los mecanismos necesarios para manejar a las minorías y reprimir a aquellas que se alcen en contra del orden establecido.

Mucha gente podría decir que este es un sistema legítimo. Uno de los mejores sistemas a los que podemos aspirar como sociedad. ¿Qué más podemos pedir? Un sistema basado en el sufragio universal que nos pide elegir cada 4 años entre opciones cada vez más limitadas y ambiguas. Con representantes que se alejan cada día más de las realidades de la gente y que por eso, difícilmente van a tomar las decisiones adecuadas. Todo eso ocurre mientras mantenemos a una clase dirigente y acomodad con nuestro trabajo, que muchas veces solo buscan proteger su posición y la de aquellos a los que debe el poder. Para acabar, están aquellos que llegan al parlamentarismo con la revolución en la sangre, pero que pierden el calor interno del pueblo cuando deciden qué es más importante hacer política. ¡Qué bien huele…LA DEMOCRACIA!

Todo esto se sustenta en la manipulación y en la des-educación, porque aunque ellos dirán lo que quieran, la gente NO es estúpida. Lo que sí es cierto es que con el tiempo, los mecanismos adecuados y la costumbre, nos han adormecido. Un adormecimiento que lleva a los ciudadanos a ser incapaces de construir un pensamiento crítico y reflexivo. Incapacidad forjada en la educación y mantenida gracias a la manipulación de los medios de comunicación y en la retirada progresiva de las personas de los procesos auténticamente democráticos, participativos y comunitarios, dejándolos incapacitados/as o con la creencia de su incapacidad, para abordar tareas más complejas.

Para finalizar esta sección, quiero hablar de lo que no vamos a hablar, pero de lo que creo que siempre es importante hablar. Y decido no hacerlo en esta entrada porque no nos daría ni el espacio ni el tiempo para hacerlo en condiciones.

Temas como la moral, la opinión pública y el sentido común. Demasiado complejos para abordarlos en un simple bloque o párrafo de este texto y para los que necesitaríamos de un desarrollo individual mucho más extenso donde poder exprimir en condiciones los aprendizajes que nos pudiera ofrecer.

Tampoco me quiero alargar dando mi opinión sobre las plataformas y los requerimientos casi obligatorios de entretenimiento y consumismo BURDO a los que estamos sometidos como población. Unos estímulos y experiencias con los que los actores capitalistas mantienen nuestros sentidos ocupados y nuestras mentes distraídas y embotadas, incapacitadas así para romper la superficie de nuestra vivencias e ir más allá en nuestras reflexiones y conclusiones.

Todo esto no son más que partes entretejidas de un sistema que poco a poco se va edificado para poder alcanzar sus mayores fines: sacar cada vez mayor rendimiento y ganancia del sistema, mientras logran mantenerlo en el tiempo.

LA EDUCACIÓN al servicio del CAPITAL

La educación, dada su gran importancia a la hora de construir, perpetuar y cambiar las sociedades y culturas, tampoco ha podido escapar de las garras del capitalismo. Sucumbiendo a los intereses de una pequeña clase privilegiada, ha sido la encargada, en colaboración con otras instituciones, de ofrecer una formación sesgada e interesada que priva a la mayoría de la población de la información y las capacidades para construir un discurso, un pensamiento y unos hábitos y valores que hagan su individualismo valioso.

El sistema capitalista siempre ha hecho bien los deberes: cuando le ha tocado hacerlos. Nunca ha dejado nada a la suerte y como se dice: «siempre lo tiene todo atado y bien atado». Con el paso del tiempo y de forma progresiva, ha ido introduciéndose sus intereses, principios, preferencias y productos en los sistemas y centros educativos, asegurándose de esta manera tener acceso directo a la creación del perfil de individuo que encaje en su entramado productivo y mercantilista.

No solamente eso, sino que lo ha programado tan detalladamente, que será altamente improbable que el individuo se alce en contra su creador, como si de un Frankenstein se tratara.

Autores como Bakunin, Emma Goldman, Paulo Freire, Erich Fromm o Noam Chomsky entre otros, expresan su crítica hacia el sistema y la creencia fáctica de que la educación está manipulada para lograr los objetivos de las clases que tienen más poder, frenar el progreso y manipular a las clases más humildes para adaptarse y mantener en funcionamiento el sistema establecido.

Algunos de estos autores consideran que el cambio es necesario. No un cambio reformista que lo único que consiga sea transformar las formas en las que el capitalismo acaba consiguiendo los mismos objetivos, sino uno que sea revolucionario. Uno que vaya en contra de los valores y los principios más salvajes del capital y que presente una alternativa que ponga en valor al ser humano.

Un nuevo camino.

¿El camino?

Para mí, la educación no puede ser un órgano parcial que defienda los intereses de unos pocos y haga todo lo posible por perpetuar las diferencias entre los distintos grupos y clases sociales. Debe ser un instrumento que se fundamente en la auténtica igualdad. Que busque enseñar desde la verdad y para la verdad (por muy difícil que esta sea de lograr) y que ofrezca las herramientas necesarias para el desarrollo completo de cada individuo (incluso de aquellas cualidades que quizás no interesan tanto al mercado).

Debe construirse sin tabúes preestablecidos y sin enseñanzas dogmáticas o interesadas. Desde la objetividad, la sinceridad y la transparencia. Abierta a todo conocimiento, sin sombras o adoctrinamientos por omisión de información. Una educación que ensalce los valores de la razón y la ciencia, la solidaridad, el tejido social, el apoyo mutuo y el pensamiento crítico. Desplegados de tal forma que logren una sociedad más sana, justa y libre para todos y todas.

Para ello debemos dar un paso atrás y tomar perspectiva. Replantear las metodologías, el contenido y la finalidad del sistema actual. Apostar por acabar con la burocracia excesiva, centrando nuestras energías en los procesos que acontecen en los centros, las aulas y en los entornos del centro. Aquellos que tienen que ver directamente con nuestros alumnas y alumnos. Descentralizar aún más la educación y dar mayor valor y voz (que no poder) a los profesionales educativos utilizando como plataforma, organismos realmente participativos y horizontales, reduciendo así la jerarquía.

Debemos seguir colocando al alumnado en el centro del proceso educativo. Pero no solo como el modo más óptimo para conseguir los objetivos y los parámetros de logro y éxito capitalistas, sino para conectar con su parte más humana. Encontrando nuevas maneras de: no solo ayudarlo a desarrollarse como un ciudadano activo y que aporte a la sociedad, sino también en sus capacidades como ser humano en relación con sí mismo y con los demás fuera del sistema productivo.

Para lograrlo, no solo deberemos de tener en cuenta al alumno o a la alumna y las relaciones creadas con ellos, sino que deberemos incorporar a la conversación y al debate a sus familias y sus comunidades.

Para ello necesitamos instituciones educativas que estén en contacto con las realidades en las que están inmersas y trabajen mano a mano con los individuos que la conforman. Instituciones que estén abiertas al diálogo y a la participación de las estructuras sociales con las que conviven. Con la intención de detectar así las necesidades, los intereses y las preocupaciones de los educandos y las comunidades.

Durante el proceso será necesario crear espacios para el apoyo mutuo y la educación de todo los miembros de la comunidad que irán más allá de los proceso educativo formales. Procedimientos que serán necesarios sobretodo para los grupos más vulnerables, a los que se les podrá dotar de herramientas para su autodefensa y para la búsqueda de la verdadera igualdad.

A día de hoy muchas de estas afirmaciones parecen imposibles. El sistema hegemónico ha creado y fortificado estructuras y mecanismos de poder diseñados para aguantar los embistes y mantenerse intocable. Pero sigo pensando que uno nunca debe perder la esperanza. Entre todos debemos seguir caminando el camino que otros ya iniciaron por nosotros.

El objetivo último no deja de ser uno: debilitar y desarticular el régimen presente hasta hacerlo insostenible o ilegítimo y crear una alternativa viable entre todos y todas. El proceso, las relaciones, los principios, nuestras capacidades y nuestra creatividad dictarán todo lo demás.

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